Consiste en la minusvaloración o disvaloración hecha por el mexicano de su propio ser. Nace al medirse y compararse con normas y valores ajenos. La cuestión es elevada a categoría filosófica por Samuel Ramos (1897-1959) en El perfil del hombre y la cultura en México, donde el sentimiento de inferioridad adquiere rango de nota fundamental del hombre mexicano, creándose así la primera antropología filosófica de la cultura nacional.
Samuel Ramos, más allá de la sociología y de la psicología, obtiene su objeto de una filosofía de la historia creada por él, cuyas categorías no pierden su significado ante nuevas visiones de la historia. El sentimiento de inferioridad permea la vida nacional. Tiene su origen en los acontecimientos históricos del país y se expresa en una configuración antropológica. En la primera mitad del siglo lo expresan distintos grupos sociales a través de específicos rasgos psicológicos. El sentimiento de inferioridad se ha manifestado en la historia de diversas maneras. La constante de su proceso ha sido la “comparación”, efectuada por la valoración y la definición de lo nacional en relación con otros parámetros culturales. El sentimiento de inferioridad aparece en la Colonia. Al inicio se configura bajo dos vías: la indígena y la del español radicado en América. La conquista y la colonización, espiritual principalmente, minusvaloran al hombre y la cultura de la tierra; el indígena experimenta cómo realiza su trabajo para beneficio del conquistador y cómo en el producto del mismo queda ahogada su voluntad creadora, sobresaliendo el signo de humillación y de dominación. La humanidad indígena es reducida a homúnculos, según la expresión de Ginés de Sepúlveda, pues no se le reconoce plena capacidad para la religión y la cultura ni para el propio gobierno. Los españoles y los criollos ven igualmente disminuida su humanidad.
El español avecinado en América pretende continuar la vida española, pero no es europeo porque habita en América, tampoco es americano porque conserva su sentido europeo de vida. El criollo y algunos mestizos son confinados a desempeñar cargos burocráticos menores y carecen de los privilegios habidos para los españoles peninsulares. El testimonio más acendrado se debe a Antonio de Ahumada, quien hace una exposición de los agravios recibidos de los peninsulares, bajo el argumento de una supuesta cortedad racional.
En el período independiente el sentimiento de inferioridad se agudiza: unos mexicanos intentan proseguir formas políticas y religiosas del pasado colonial; otros, proporcionadores del sentido histórico, procuran asegurar el itinerario de la modernidad. Esta fragmentación del hombre, producto de las luchas internas y la pérdida del territorio norteño, conducen al pesimismo y la desconfianza, semillas históricas de la extranjerización del porfiriato, cuando se adoptan patrones de vida europeos, ajenos a la realidad circundante, para ponerse a la altura de las civilizaciones de Europa. Se produce ya el hecho que proporciona a Samuel Ramos el fundamento empírico de su explicación filosófica: un abismo entre los ideales y la realidad, aumentando el sentimiento de inferioridad. El mexicano desvalora su propio ser y su realidad. Oculta su realidad de la mirada propia y sustituye su ser auténtico por uno ajeno que le parece superior. Prueban lo afirmado las leyes de inmigración de la época. Fomentan la colonización con razas que mejoren la propia, pues ésta padece de pereza, estupidez, pobreza, fealdad, producto de la mezcla de dos razas inferiores; opinión de los extranjeros y mexicanos. Por su parte los nacionales consideran que lo extranjero es superior por el hecho de ser tal.
Nuestra centuria muestra dos formas de sentimiento de inferioridad y ocultamiento del ser auténtico, como efecto de la Revolución Mexicana y ante la crisis europea: la nacionalista y la europeizante. Los primeros se refugian en un “nacionalismo estrecho”: rechazan todo lo extranjero y elevan caracteres pintorescos a valores nacionales. Los segundos abandonan idealmente el entorno y niegan sus raíces culturales; se dan a la tarea de imitar sistemas, ideologías y valores de factura extranjera que consideran los únicos válidos. En ambos casos ocultan la realidad histórica.
Con la ayuda del psicoanálisis adleriano, Samuel Ramos identifica dos tipos psicológicos urbanos, que manifiestan el sentimiento de inferioridad de distinta manera: el “pelado” y el “burgués mexicano”. El “pelado”, exento de todo privilegio y prerrogativa social, acusa el mayor grado de sentimiento de inferioridad, manifiesto en la protesta viril. El “burgués mexicano” trata de evitar el desprecio y la humillación haciendo alarde de su inteligencia y su conocimiento en forma importuna. Ambos presentan los siguientes caracteres antropológicos: ocultamiento del propio ser ante sí mismos, excesiva susceptibilidad patriótica, desfasamiento entre la realidad y lo deseado, desconfiados, intolerancia al desprecio y la humillación, desarmonía interior, temerosos de que se descubra su auténtico ser.
El sentimiento de inferioridad es concebido por Samuel Ramos también en términos de complejo de inferioridad. El sentimiento de inferioridad es una configuración antropológica construida a partir de los acontecimientos históricos, generando una conceptuación filosófica, legal y científica sobre la naturaleza indígena y la de los avecinados en América. El complejo de inferioridad es la vivencia y manifestación psicológica del sentimiento de inferioridad de los grupos sociales.
El pensamiento de Ramos no ha perdido vigencia, ni como análisis filosófico de la realidad mexicana ni en la aplicación a los mexicanos. Tuvo discípulos dentro la filosofía, pero han sobresalido las obras de aquéllos que toman sus lecciones como punto de partida para estudios psicológicos y sociológicos.
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