domingo, 15 de mayo de 2011

Nuestro Complejo de Inferioridad

Hablar de este complejo se ha convertido ya en un lugar común. Casi no hay escritor que no la señale, casi no hay corrillo o conversación que aluda a él.

Ese complejo existe, sin duda. Lo vemos y lo sentimos en todo: en el desdén con que aquí se ven las producciones intelectuales, literarias, artísticas, y teatrales de los nuestros; en la inconsiderada preferencia para todo lo extranjero, para todo lo exótico, así se trate de productos industriales, de modas externas, o de doctrinas, ideologías, obras o producciones de intelecto, de la imaginación o de espíritu.

Lo notamos también en esa propensión al más negro pesismismo, que a muchos conduce a desesperar de todo mexicano, a ver en nuestro país - en nuestro propio país - a un pueblo degenerado, perezoso y abyecto, incapaz de enderezamiento y redención.

Mientras ese fatídico sentimiento prevalece en grandes grupos o en fuertes sectores de la colectividad, nuestro progreso económico, nuestro progreso político, y sobre todo, nuestro adelanto espiritual, serán raquíticos, insubsistentes o nulos.

Pero no basta señalar esa grave deformación del carácter nacional. Hace falta combatirlo. Señalarla sin combatirla sería incurrir en el propio complejo o sentimiento de inferioridad. No hay que criticar por el solo prúrito de criticar. Hay que criticar y censurar, para corregir, para obtener reformas, para alcanzar resultados mejores que los que se repudian.

¿Cuáles podrían ser, en este caso, los remedios para librarnos de ese extraño y mortífero padecimiento?

Estos remedios podrían reducirse a uno solo: REEDUCACION.

Reeducación que nos conduzca a la confianza en nosotros mismos, a la fé en nuestro destino; a esa confianza ya esa fé que han permitido a los pueblos de origen sajón llegar a ser los más poderosos y prósperos en el mundo.

Como es preciso concretar, concretaremos. Será preciso exaltar los auténticos y desdeñados valores nacionales, señalar las especificas cualidades de nuestro carácter, hacer comprender y sentir al mexicano, que él en muchos sentidos iguala al extranjero y en otros saca ventaja.

Cuando nustros compatriotas se convenzan de esa verdad y perciban que sus males y deficiencias se remediarán el día en que ellos, enérgicamente y de verdad lo quieran, pocas naciones habrá en el mundo que compitan con nosotros en recursos y potencialidad. Toda la dificultad está en querer, en principiar en querer, en no perder el tiempo en quejas y pavilaciones.

De muchos años dispone el ser humano para hacer obras de superación. No es cosa imposible habituarse a dominar los malos impulsos, a fomentar los buenos, adquirir el control de si mismo, a disciplinarse, en una palabra.

El día en que el mexicano alcance esta disciplina moral, que es lo único que le falte, sabrá sacar partido de su dinamismo racial, de su valor, de su desición, de sus ímpetus, en una forma que ha de sorprender a los propios y extraños. Nuestro dinamismo es enorme (lo está demostrando así la forma en la que los nuestros participan en campañas y otras organizaciones). Lo que sucede es que nuestra energíala dilapidamos en arranques pasajeros, sin continuidad y sin consistencia. El día en que la usemos, serémos grandes. Pero para eso se necesita primeramente, que cada mexicano confíe en sí mismo y aprecie en todo su valor, la fuerza y las posiblilidades inagotables que yacen latentes en lo más hondo del alma nacional. Una adecuada y atingente enseñanza de la historia es uno de los mejores medios que se dispone para infundir al pueblo mexicano el sentido de su propio valer.

En vez de ofrecer al examen de la juventud unicamente las lacras, los hechos vergonzosos, los puntos negros de nuestra historia, habrá que presentarle, en forma fuertemente sugestiva, el espectaculo de los episodios gloriosos, de los hechos heróicos, las grandez proezas de nuestros más ilustres prohombres.

Lejos de ellos, es muy común ver a escritores y a historiógrafos denigrar sistemáticamente a nuestros héroes, reprimirlos, calumniarlos, hacer todo lo posible para que desciendan del pedestal en que la veneración pública los ha justamente colocado.

Este intento de restar grandeza y méritos a las figuras representativas de nuestra historia, a los hombres que sombolizan la heroicidad y el civismo, es el más seguro medio de rebajar el nivel moral de nuestra raza. Pueblo que desdeña su pasado, pueblo que desconoce a sus benefactores y reniega de sus patricios, está condenado a sepultarse en el esceptismo y en la esterilidad.

¿Qué cosa buena se habrá de esperar de gente que no tiene fé en si misma ni en sus progenitores? ¿Qué porvenir espera a aquellos para quienes el pasado solo contiene ruindad y miseria, deshonor y bajeza?

Lo primero que hay que hacer, por lo mismo, para que el mexicano se supere a sí mismo y se libere del lastre de complejos o sentimientos depresivos, es edificar la patria historia sobre cimientos de sano optimismo, para inculcar a jóvenes y niños el sentido de lo sublime y de lo heróico, para enseñarlos a rendir culto a los hombres capaces de llevar su abnegación hasta el sacrificio.

Carlyle afirmaba que el desdén de una generación para los héroes y para los grandes hombres, era y es la más evidente demostración de la pobreza moral y de la decadencia de esa generación. Ello explica. Cada hombre actúa de acuerdo con la orientación que le ofrecen los personajes que le sirven de paradigma o de modelo. Si él solo ve, o sólo cree ver, en la historia de su patria, tipos de histriones, de facinerosos, de "arrivistas" o de aventureros con fortuna, inconscientemente tratará de imitarlos, ya que reirá de la virtud o de la honestidad que nunca ha visto practicadas. Será como aquellos hijos malnacidos que viven siempre bajo la obsesión de su desgracia.

Ofrezcamos pues a la juventud mexicana, en toda su grandeza, el avasallador ejemplo de sus héroes auténticos, de sus prohombres de verdad. Hagamosle ver que una república que antaño supo producir titanes de acción, paladines de la justicia y el derecho, sabrá reproducir en el futuro esas creaciones, habrá de engendrar nuevas falanges de patricios y de héroes. Ellos surgirán cuando la patria los necesite.

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